ADN del rock venezolanoPor: Afroraizz Hi-Fi
En la década del setenta músicos como Vytas Brenner, Gerry Weil, Daniel Grau, Spiteri, Carlos “Tabaco” Quintana, Alexis Rossell, entre muchos otros, fueron los encargados de reinterpretar la música que se estaba desarrollando a nivel global. Comprendieron que el proceso creativo no podía convertirse en un talento sin probidad, haciendo meras copias de lo que ocurría musicalmente en el mundo. Estos artistas aprovecharon al máximo su situación geográfica, en pleno caribe, y el arraigo musical de las manifestaciones tradicionales de la región para hacer una fusión única en el mundo y con sello venezolano. De este mestizaje surgieron maravillas de la música venezolana como La Ofrenda, de Vytas Brenner (1973), disco que rinde homenaje a una serie de símbolos propios de nuestro país con temas como “Morrocoy”, “Tragavenao”, “Tormenta de Barlovento” y “Araguaney,” en los que se sentía una presencia importante de la percusión de la costa y la música del llano. Por su parte, Gerry Weil en su primer disco El quinteto de Jazz (1969), incluyó un vals venezolano, al lado de mucho jazz funk y free jazz de vanguardia. Paradójicamente, Vytas y Gerry eran europeos (alemán y austriaco) asentados bajo las faldas del Waraira Repano desde muy jóvenes y enamorados perdidamente de estas tierras de mango, pesca'o y cacao.
Esta ruta fue seguida por Spiteri en temas como
“Campesina”; Alex Rodríguez con su Búsqueda en el jazz con piezas como
“Cumaná”, “Guacara” y “Caripe”; Daniel Grau haciendo
disco music con un cuatro; Alexis Rossell presentando su rock progresivo con arpa;
y Tabaco haciendo salsa con cumacos. Ellos fueron los pioneros de la música
venezolana que sonaba a rock con arepa, jazz con pepitonas y salsa con cacao.
Hicieron historia y hoy en día se han convertido en la línea de investigación
de muchos melómanos del mundo entero, a diferencia de aquellos músicos de su
época que se limitaron a repetir y ser unos “Wanna Be” de los Beatles, Rolling
Stones, La Fania o la Blue Note y que fueron condenados al olvido.
En los ochenta y los noventa el
panorama se puso difícil: la música dio un giro y el rock se tornó bastante
oscuro, y meterle un arpa o un cuatro a un grupo de post punk podría
convertirse fácilmente en un oxímoron musical. Pero a pesar de las distancias
entre la música nuestra y lo que pasaba en la escena global del rock, muchos
músicos le dieron una identidad única a la música que tocaban, reflejando en su
actitud la particularidad de ser venezolano, y en el caso de la capital del
país, ser caraqueño. Fue La
Seguridad Nacional la que le estampó ese sello al sonido de nuestro rock
ochentero, sus integrantes compartían ciertas experiencias que solo podían ser
vivenciadas por personas que conformaran este hábitat. Fueron discípulos de Avadhuta Maharaj,
un gurú súper interesante de la devoción mística en Venezuela y muy respetado
por la escena contracultural de aquella época. Compartían además la devoción
por la música y ser habitués de Sabana Grande, patear calle por la ciudad,
después retirarse un tiempo a La Zulita, y eventualmente pasar días en Choroní
tomando guarapita y comiendo pescao, experiencias que se fueron convirtiendo en
información genética y caldo de cultivo para la exploración creativa.
“Arranca
bacalao que me enchávas la canoa/ hay que traba, hay que trabajar/ hay que
traba…” Así decía el coro de una canción de los early Sentimiento Muerto, un coro que era
caraqueño, que utilizaba el calé del barrio y la droga. Siendo Sentimiento Muerto
una banda de una clase media alta y acomodada, eran unos tipos visceralmente
caraqueños, generadores de movimientos callejeros, vendedores de franelas y
fanzines en Sabana Grande, artistas urbanos y aventureros enteógenos que podían
fácilmente medirle el pulso a esa otra ciudad que habitaba fuera de sus
urbanizaciones.
La muy bestia pop y la máquina |
Todas estas experiencias acumuladas y este pedigree cacri de rockero callejero inyectaron música en la dermis de Cayayo, Sebastián y Héctor, dejando un tatú para la historia del rock nacional, teniendo como templo bautismal el burdel “La perla tropical”. Cayayo seguía adelante con el empeño de generar un rock and roll de factura nacional y fundó el sello "Tas sonao discos " y una vez más ese tumbao al hablar del caraqueño, entregaba una identidad particular al rock venezolano, para distribuir rock and roll caribe que sonaba a anís con agua de coco, bronceador y bulevar. A mitad de los noventa la fuerza de los monobloks de Parque Central se hizo sentir con una máquina bestial que bastante lejos estaba de ser pop, pero que teniendo a La Charneca en frente tuvo la “llave” para meterle salsa al punk y al hip hop. El flow de Edward Marshall y Chofa Loero lograron una fuerza tal que fueron capaces de superar en un cover el tema original de la banda inglesa The Sound, al transmitirle toda la crudeza de un outsider caraqueño, convertido en el guerreo que avanza “Winning” todas las batallas cotidianas.
Antes de la aparición en la
segunda década del dos mil del género bautizado como “Sifrirock”, la escena
local tuvo bandas de alta factura creativa y bajos presupuestos que
compensaban la carencia de la maquinaria productiva con el ADN que generaba
constantemente células creativas impulsadas por el sabor de la arepa, el ron, la
güarapita, el cacao, el mango, el pescao; los olores a playa, a coco, a
frailejón, a takamajaka; los amaneceres de la península de Paria, los
atardeceres de la gran Sabana, el rocío del Salto Angel, el sonido de las
guacamayas, los cueros de Choroní y todos los elementos que van conformando la información
genética que nos hace ciudadanos originarios de este lado del planeta.
Cada uno de estos grupos conformaron los pilares fundamentales para que actualmente en cualquier parte del mundo pueda identificarse una banda venezolana, particularmente dentro de la escena del rock, el jazz y la salsa.
Del ADN del rock venezolano hago
esta primera entrega que debería ser la segunda, por asuntos fastidiosamente
cronológicos, pero será la primera porque así es el rock.