lunes, 13 de agosto de 2018

Romanticismo alucinógeno y cultura pop



Romanticismo alucinógeno y cultura pop

Texto y mixtape por: Marcel Márquez

“…Estoy en la punta del infierno buscando un sitio donde caerme…"

Gabriel Jiménez Emán

Entrada la década de los sesenta la Generación Beat ya estaba de regreso. William Burroughs, Allen Ginsberg y Jack Kerouak le habían dado la vuelta entera en cola a un país, conocían más de la mitad del planeta y los rincones más oscuros de la mente humana. “Vieron a las mejores cabezas de su generación destruidas por el delirio, hambrientas, histéricas desnudas…” Ellos fueron alcohólicos, drogadictos y pentasexuales antes que cualquiera, lanzaron un aullido al mundo entero dejando claro que podían ser y hacer lo que les daba la gana, y que no eran existencialistas, ni poetas, ni beatniks, ni un coño, y que sencillamente estaban en la tierra para ser unos apasionados militantes de la vida. Por aquí pasaba Beny Moré metiéndole “...candela a Mozart, a Bethoven, a Vivaldi, los Beatles se salvaron porque le hablaron largamente de algo parecido a la caída de un reino...”. Después, en un hotel en Nueva York, Bob Dylan arrebató a los muchachos de Liverpool y en nubes de THC daban comienzo al proceso creativo de su era más psicodélica con el disco Revolver a la vanguardia.

Albert Hoffman luego de cristalizar el sueño sicodélico y sintetizarlo en terrones de azúcar decidió estacionar por un tiempo sus descubrimientos junto con la bicicleta, que años más tarde sería expropiada por los profesores Timothy Leary y Richard Alpert para invitar a todos los jóvenes del mundo a “sintonizar, prender y desconectar”, consigna que en la ciudad de Cambridge Syd Barret se tomaría literalmente con altas dosis de L.S.D para producir y componer en su mayoría The Piper At TheGates of Dawn, considerado el mejor disco de Pink Floyd y de la historia del rock psicodélico.




Mientras tanto, Hunther Thompson fraguaba su carrera de Enfant Terrible del periodismo acompañado de una maleta narcótica recetada por su abogado (y el del diablo también). El trance visionario de la glándula pineal de un suicida fue el génesis de un cocktail literario para drogadictos que sin miedo ni asco publicaría más adelante la revista Rolling Stone para consagrar a “Fear and Loathing in Las Vegas”, una novela de culto de la literatura underground. En Gran Bretaña sus majestades satánicas incrementaban su fortuna vendiéndole el alma al diablo en módicas cuotas, con Aleister Crowley como intermediario, y en 1967 sale al mercado Their Satanic Majestic Request, un disco con una carátula en 3D y una imagen lenticular, que se convirtió en una pieza fundamental del coleccionismo psicodélico.


En New York la psicodelia se quedaba en la música y la música era un hijo bastardo más de un proyecto transmedia y experimental en The Factory, el bunker de operaciones del artista plástico y director de cine Andy Warhol. Todo era blanco y negro, las drogas también, y en un delirio anfetaminoso Lou Reed sellaría una sociedad con Warhol como manager para producir TheVelvet Underground &Nico, disco esencial para la melomanía psicodélica.





Charles Bukowsky escogió la soleada California como el sitio ideal para entrarse a coñazos con la vida, mientras escribía y acababa con su hígado progresivamente. Goa Gil, por su lado, estaba emigrando a las playas de Goa en India, dejando atrás el Flower Power de Haight Ashbury con unos cuantos panas muertos, presos y locos. Al mismo tiempo, TheSeeds encerrados en un garaje le iban dando forma al psychedellic garage con el sonido más underground de la historia, para convertir este nuevo concepto en un subgénero del rock. Antes que The Doors fueron pioneros en la sustitución del bajo por teclas.


Para Led Zeppellin no fue un problema vivir bajo la sombra de sus coterráneos y colegas musicales. Mientras The Beatles, Rolling Stones y Pink Floyd viajaban por distintas galaxias, los Zeppellin construían una humilde escalera al cielo con la que llegaron a conquistar nubes y estrellas, convirtiéndose en los creadores del hard rock y ese sonido distorsionado donde el surco quiere devorarse la aguja cuando se escucha en vinyl.


Carlos Castañeda a través de “Las Enseñanzas de Don Juan” compartía con el mundo las herramientas para aprovechar responsablemente las plantas de poder como puente para el crecimiento y fortalecimiento espiritual de toda esa juventud que estaba adoptando la cultura de las drogas como forma de vida. Carlos Santana había ido y venido varias veces y no sabemos si permaneció de este lado gracias a la mescalina, al evangelio o a la guitarra. Lo que sí queda claro es que para quedarse entre nosotros -los terrícolas- hizo un “Soul Sacrifice”.



“…El diablo no me llevará a mí solo…”







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